Calor y café para todos
Calor y café es lo que reciben cada mañana las 150 personas mayores, muchas de ellas sin hogar, cuando se abren las puertas del Santiago Masarnau, el Centro de Acogida e Integración social del distrito de Latina, perteneciente a la Sociedad San Vicente de Paul. También reciben la sonrisa de Fina Megías, la trabajadora social que emana empatía y amor al prójimo y que vela, con su gracia andaluza y sus lozanos 30 años, por todos los que se acercan para ser escuchados y atendidos. Es una forma de empezar el día con dignidad, sabiendo que no están solos y con toda la alegría que sus preocupaciones les permiten.
Y como Fina, hay muchos otros que reman a favor de la integración de todas estas personas necesitadas de un lugar seguro donde descansar y recibir alimentos. Está Teo, el cocinero, que no solo prepara desayunos y comidas a destajo, sino que disfruta impartiendo Talleres de Cocina en el Centro para aquellos que quieran aprender a cocinar y acceder a bolsas de empleo. O los voluntarios, que llenan cajas de comida para las familias, o clasifican ropa donada para repartirla después y lo hacen con un mimo y orden encomiable. O Bernardo López, el director del Centro, que se desvive por conseguir ayudas públicas y privadas.
Él fue precisamente quien solicitó una de las XII Ayudas a Proyectos de Acción Social que concede cada año, desde hace 12, la Fundación Mutua Madrileña. Y fue uno de los 34 proyectos de entidades sin ánimo de lucro españolas en lograrlo: “Siempre vamos muy ajustados de presupuesto y aunque el 50% de nuestra financiación es pública, la ayuda privada es fundamental y la aportación de la Fundación Mutua Madrileña ha supuesto un soplo de aire muy fresco. Estamos muy contentos porque, con ella, hemos podido comprar una cámara frigorífica de 3 metros x 4,5 metros y un horno industrial de 10 bandejas de gas y con vapor y eso supone que vamos a dar mucho mejor servicio a las 150 personas que comen aquí a diario. Ahora, Teo puede asar de una vez pollos para todos. Antes, tenía que cocinar distintos platos”.
Estamos muy contentos porque, con la aportación de la Fundación Mutua Madrileña, hemos podido comprar una cámara frigorífica y un horno industrial y eso supone que vamos a dar mucho mejor servicio a las 150 personas que comen aquí a diario. Ahora, Teo puede asar de una vez pollos para todos. Antes, tenía que cocinar distintos platos.
Pero la alegría de Bernardo no acaba aquí: “Estamos felices porque aún nos ha quedado dinero para comprar cuatro ordenadores nuevos y una pizarra electrónica”. Y Ainhoa, que imparte un Taller de Informática en el Centro, interviene satisfecha: “Son súper modernos y mis alumnos están entusiasmados. Tengo dos grupos, básico y avanzado, y les enseño todo lo necesario para que se abran camino en el entorno laboral. Desde hacer un currículum vitae, su firma electrónica, una carta de presentación…”.
La clase ha terminado y allí, escuchándola rezagados, se quedan Juana y Alfonso, dos de los habituales en el centro y que han decidido invertir parte de su tiempo en aprender informática: “Yo me he quedado en paro hace poco, -comenta Alfonso-, y creo que saber algo de ordenadores me puede ayudar a encontrar trabajo más fácilmente”. Juana, también desocupada, opina lo mismo y además apunta que Ainhoa es una gran profesora y que está "encantada con el curso".
El día a día en el centro
Fina añade que además de estos dos talleres, hay un tercero, de geriatría para el cuidado de personas dependientes, y que el año pasado lograron una inserción laboral de unas 40 personas. Nos cuenta cómo es el funcionamiento cotidiano en el Centro y cómo intentan mejorar continuamente los servicios y programas: “Recibimos gente de entre 18 y 65 años, derivados de Servicios Sociales o también llegan por el boca a boca. Además del desayuno y la comida diaria, los martes y sábados damos también bolsas de comida para las cenas, con sándwiches, yogures, zumos, fruta... Los que comen aquí son adultos porque para las familias tenemos el servicio del Banco de Alimentos por el que, dos lunes alternos al mes, repartimos lotes de comida, en función de los miembros que tenga cada núcleo familiar. También hemos logrado tener todos los martes un médico para atender al que lo necesite; y un servicio de asesoría jurídica con cita previa para ayudar a las personas sin hogar a resolver problemas legales que puedan estar obstaculizando su reintegración social y económica y contamos con duchas y toallas limpias para los que quieran asearse en el centro”.
Historias de vida
Por el comedor social del Santiago Masarnau no pasan solo platos de comida caliente, cajas de galletas o latas de conserva, desfilan tantas historias de vida como personas; historias que van desde pequeños baches en el camino hasta dramas que necesitan ser compartidos para descargar sus efectos dolorosos. Y en el Santiago Masarnau todas esas historias son escuchadas. Irene Da Conceicao, portuguesa de 49 años, que llegó a España hace más de 20 años buscando una vida mejor nos cuenta la suya: “Yo repartía la ropa de una lavandería hasta que me quedé en el paro hace varios años. He ido agotando todas las ayudas y hace año y medio me concedieron el Ingreso Mínimo Vital, pero aún no he empezado a cobrarlo. Mi marido es mecánico, pero tampoco trabaja y tengo dos hijos de 8 y 10 años que tienen que comer; por eso vengo aquí a por comida dos veces al mes. Y así voy tirando. Esta gente es muy buena y en cuanto encuentre un empleo dejaré de venir para que otros en mi situación puedan beneficiarse”.
Francis Ubaldo, peruana de 37 años, escucha a Irene y la envidia. Su historia es mucho más cruda, sobre todo porque tuvo que dejar su país hace 10 meses de forma brusca, con su marido y su hijo Iker, de seis años. Un niño despierto y dicharachero que nos cuenta que está en primero de Primaria, que sabe leer y escribir, que ya tiene buenos amigos y que aquí en España todo el mundo le llama Iker Casillas: “Mi marido era conductor en Perú, como su primo, al que mataron a bocajarro. Por miedo, nos vinimos aquí animados por un primo lejano, pero al llegar al aeropuerto, mi primo no apareció, no atendió nuestras llamadas y nos vimos totalmente desamparados. Agotamos las tres noches de hotel que teníamos reservadas y acabamos los tres en un parque de Madrid, lloviendo en pleno diciembre y totalmente perdidos y angustiados. Una señora que paseaba a su perro nos dio de comer, nos dejó lavarnos en su casa y nos puso en contacto con una parroquia. Ahora ya empiezo a ver la luz y a conocer cómo funciona todo. Nos costó mucho que nos alquilaran una habitación con un niño, pero ahora ya la tenemos y mi marido tiene algún que otro trabajo esporádico y vamos sobreviviendo con lo justo. Hace tres meses Servicios Sociales nos dio el padrón y eso nos permite acceder a ayudas como ésta. Llegué a estar muy enferma por la preocupación y nunca hemos vuelto a saber nada de mi primo. Nos abandonó cuando más lo necesitábamos. La vida nos ha golpeado muy fuerte y echo mucho de menos mi país, pero estamos encontrando gente buena como Fina que hace que todo parezca más fácil”.
Una historia, la de Francis, que contrasta con la de Ingrid Llanos, colombiana de 52 años, entusiasta y resiliente, que llegó de su país en 2001 para realizar un máster y que acabó quedándose. Varios reveses seguidos la han obligado a pedir ayuda, pero está segura de que es cuestión de tiempo salir del apuro: “No pude terminar mis estudios de Derecho, pero España me gustó y decidí quedarme. Estuve 12 años trabajando de interna en una casa en la que era una más. Y ahora llevo otros 12 trabajando en Ikea, en la zona de Ikea Food. Mi sueldo es bajo porque hace cinco años tuve mellizos y no puedo trabajar demasiadas horas. A eso se suma una hija mayor que está en la universidad, la enorme subida de la hipoteca que espero que baje ahora que nos toca revisión y el pago de un préstamo personal. Total, lo comido por lo servido y eso que mi marido tiene dos trabajos. La suerte es que estamos sanos, que tenemos cubiertas nuestras necesidades básicas y que el lote de alimentos que nos dan aquí dos veces al mes nos ayuda para sobrevivir mejor. No me quejo”.
Los domingos es el único día que se apagan las luces en este Centro de Acogida e Integración social del distrito de Latina, pero la luz que irradian todos los que allí trabajan o colaboran, es una bonita luz solidaria que la Fundación Mutua Madrileña también la ha visto lucir y ha sabido valorar.